LA BARCELONA DE PEPE CARVALHO

Barcelona ha cambiado mucho desde los primeros escarceos de Carvalho por la ciudad, desde esos mares del Sur que, para mí, fueron el descubrimiento del personaje (y el autor), hasta las olimpiadas del 92. Y después. Ha cambiado la ciudad, como el personaje y sus personajes satélites y, sin embargo, nada ha cambiado del todo. Ahí sigue Vallvidrera. Ahí siguen La Rambla, El Raval y la Boquería. Y, sin embargo... ¿es esta Boquería saturada de guiris armados de cámaras y desgana la misma donde buceaba Biscuter en busca de tesoros?

Uno imagina al detective en Vallvidrera, volviendo la mirada sobre la alfombra de tejados y miseria que es Barcelona, encogiendo los hombros y regresando a una vivienda donde el fuego se alimenta de los libros de su cada vez más exigua biblioteca. Pero, sobre todo, Carvalho nos traslada a la Rambla y el Raval, a los bares de viejos marineros, la cocina de Casa Leopoldo o las cervezas de la Plaza Real.

Quiso el azar que en mis primeros viajes a Barcelona me alojara siempre a escasos metros del lugar donde se sitúa el despacho de Carvalho. Sorprendido por la extraña decrepitud de unas calles que definen demasiado bien a una ciudad orgullosa y señorial, paseaba por Escudellers confundiendo los pasos de Carvalho con los de un tal Méndez, reconociendo a Bromuro entre los supervivientes de pómulos marcados que se buscan la vida en los límites de La Rambla, desconfiando de las sombras del barrio chino, y añorando un carajillo que, en realidad, nunca me gustó. Uno no necesita guías para perderse por las callejas estrechas del Gótico y aledaños, aunque la compañía de este detective a la antigua usanza nunca viene mal. Pero la Barcelona de Vázquez Montalbán es mucho más que eso. Las colmenas sin apenas servicios alzadas a toda prisa para recluir a los obreros, la especulación llegada de manos del sueño olímpico, o incluso el F.C. Barcelona (aunque no se mencione su nombre) forman parte del amplio universo de Carvalho. Un universo que no deberíamos dejar caer en el olvido.